Santa "Balbara" Bendita

SANTA "BALBARA" BENDITA
(Por: José Manuel González)

Mientras más leo acerca de Siddharta, Jesús y Mahoma, menos diferencias encuentro entre el Budismo, el Cristianismo y el Islam. Más aun, creo —sin temor a equivocarme, y corriendo el riesgo de que se le ponga precio a mi cabeza— que sucesivamente tomaron elementos los unos de los otros. En ese orden. Pacientemente espero que algún día pueda verlo todo desenmarañado y descubierto. Todo es falso. Es producto de nuestra necesidad, como hombres, de creer en lo Divino, en lo supremo, en lo poderoso. Algunos con más vehemencia que otros, lo sabemos, en especial en estas latitudes latinoamericanas. Pero no por eso dejarán de ser considerados como tres de los hombres más inteligentes y centrados que haya conocido la humanidad: tenían un proyecto y lo justificaron a través de una deidad. Por cierto, les resultó bien la cosa.
Si bien es una realidad indiscutible que somos seres políticos y sociales también lo es que somos seres profundamente religiosos. Insisto: algunos más que otros. Necesitamos una religión; necesitamos creer en algo que nos diga que es más grande que nosotros; Brahma, Siva, Visnú, Allah, Yahveh, Jehovah, el FMI(¿?) ...que nos creó y por ende le debemos respeto. Necesitamos justificar nuestra violencia y segregacionismo en la divinidad.
Si leemos el Popol Vuh encontraremos una versión bastante libre del libro del Génesis; si escuchamos a Mahoma, encontraremos que el mismísimo Angel Gabriel fue quien se le apareció y le explicó unas cuantas cosas acerca de su misión en la tierra árabe. Sí, el mismo Angel que le dio tremendo susto a María, la virgen. Palomas que revolotean sobre vírgenes que destellan luces inexplicables; elefantes blancos que entran en vaginas predestinadas; ensayos de hombre con barro, madera, maíz. Todo es lo mismo: fantasía de la buena. Pero lo interesante de este asunto de sabida trascendencia no es la fábula o la parábola, ni ninguna de las formas de la alegoría, sino la necesidad de tener fe en algo, y cualquier sociólogo o psicólogo nos podría ilustrar acerca de los peligros inminentes de la incredulidad patológica de los idealistas comunistoides. Sí, sí, sí.
En este país, descrito magistralmente por Lewis Carroll en 1865, todo el proceso religioso de la humanidad se ha revalorizado, redimensionado e incluso reescrito. Si no me creen, les cuento lo que me sucedió unas semanas atrás: iba caminando feliz de la vida por una calle del centro de Valencia, "al encuentro con las masas" como dice un amigo mío, y me dirigía hacia un restaurancito vegetariano del cual me habían hablado mucho, pero por estar en pleno centro —y mi asco hacia todos los sitios a los que haya que llegar después de una hora de tráfico infernal— no había decidido conocer hasta ese caluroso día. Justo antes de entrar al centro comercial, una de la tarde, me topé con un puesto de revistas en el que, visión vulgar, chabacana, horrorosa, tercermundista, mediocre y espeluznante, alguien había colgado un afiche en el cual Chávez acariciaba a un indiecito mientras le salía del lomo una imagen de Jesucristo, como observándolo, y de la cabeza le salía una imagen de Simón Bolívar, que más bien encajaba en mi idea de "El Silbón". Sin mucho tiempo para reflexionar acerca de esa "aparición llanera" no me quedó más que gritar: "¡Qué coño es eso!" Y comencé a correr despavorido por las calles del centro valenciano. Al intentar alejarme lo más rápidamente de tan grotesco espectáculo rodé por las escaleras de una especie de sótano. Me vio un policía que pensó, quizás por mi cara de terror, que me había robado algo de ese kiosko y de inmediato comenzó a perseguirme. Yo corrí y corrí sin detenerme hasta que la amiga que me acompañaba me detuvo y sin saber lo que sucedía me subió en carrera a su carro y huimos del lugar.
Luego de las debidas explicaciones volvimos al lugar de los hechos donde -"sorpresa"- ya no estaba colgada la "obra de arte". Volví allí porque mi amiga no me creía, e insistía en que había sido una alucinación producto del calor Valenciano. No la pude convencer de lo que yo había visto. Es una lástima porque desde entonces ya no duermo tranquilo, tengo pesadillas en las que Chávez acaricia a Aristóbulo en lugar del indiecito; cada vez hay más personajes en el "afichito diabólico". Un par de noches atrás tuve una pesadilla en la cual M. Vadell llevaba al Papa J.P.II a "Justicia para Todos" por haber consagrado a Monseñor Velazco como arzobispo de Caracas. Es injusto que por culpa del afichito ese esté considerando ver a una psiquiatra. Estoy a punto de romper con la realidad y pasar a través del espejo; sólo espero que la reina de corazones no sea Ismenia.
Simón Bolívar y Jesucristo: una locura. Jesús y Mahoma: tal vez. Hitler y Napoleón: quizás. Yemayá y Ochún : sincretismo religioso. Buda y Siddharta: son el mismo. Pero Chávez y cualquiera de ellos: ¡POR FAVOR! Chávez y Monteverde; Chávez y Zuazola; Chávez y Boves. Chávez y los analfabetas funcionales, mediocres autosegregados.